La inmediatez es la voz de la época. “Just do it”. “Hágalo
usted mismo”. “Experimenta por ti mismo”. “En la vida hay que probar de todo”.
“Aquí y ahora”. “Sienta la tersura de… X”. “Resultados al instante”. “Lo hago
porque me nace”. “Carpe diem”. “Haz lo que te gusta”. “Sigue tu corazón”.
“Consuma café sin cafeína”. “Lo mismo pero más barato”. “Destapa la felicidad”.
“Internet más rápido”. “Dinero en minutos”. “Repite conmigo: yo soy libre”. “Todo
el mundo miente”. “Nadie tiene la verdad”. “Vinimos a este mundo a ser
felices”. “Su completa satisfacción o la devolución de su dinero”. “Cada quien
su verdad”. “No hay cosa más sana que el que cada quien haga lo que se le da la
gana”. “Vive al máximo”.
La lista podría ser más larga aún. Cada uno de los anteriores slogans
refleja de un modo u otro una aproximación a la realidad, una modalidad
específica desde la cual todo el mundo conocido es y ha sido puesto en
cuestión. “Aproximación”, sólo eso parece ser accesible hoy en día. La idea de
inmediatez tan fuertemente difusa en la cultura occidental hodierna no ha
podido liberarse del todo de esta dimensión aproximativa del contacto con la
vida. ¿Qué es la vida? ¿Qué es lo que tocamos cuando decimos tocar la vida? La
respuesta sin duda será aproximativa. Habrá quien recurra a una metáfora, un
cuento, una parábola, pero el movimiento es aproximativo, dando vueltas alrededor,
sin terminar de llegar completamente. Dicha relación entre inmediatez y
aproximación no es necesariamente una contradicción, y se mostrará por qué más
adelante.
La imperatividad de la reducción de distancias señalada por la
búsqueda del contacto directo, la reducción o eliminación de mediaciones, la
reticencia a seguir normas o modelos, el distanciamiento con respecto a las
instituciones, la supresión de las distancias temporales y espaciales, la
necesidad de probar, de hacerlo uno mismo, de acotar las propias expectativas a
la realidad del presente y liberar las propias pasiones nos hablan de
inmediatez. Por otra parte, ¿Por qué interesarse en la inmediatez? Precisamente
por lo que promete ¿Qué promete? Esa es la cuestión. Podría decirse que promete
satisfacción, aunque en realidad se trata de un juego de cierta tonalidad
cínica o fatalista o desesperada. Si nadie tiene la verdad, si el dinero no da
la felicidad, si todo pasa, y parece ser una “verdad sabida”, ¿no es acaso una
especie de juego el continuar deseando, interesándose en dichos objetos,
relaciones, cosas, o más aún, no es jugar a interesarse? Tal vez eso son los
tráficos, un modo, estrategia, de configurar las relaciones de tal modo que se
sigue un juego sin éxito, juego que con el tiempo deviene “éxito” sin juego. Se
pretende ir al grano, al goce, a la verdad, a la satisfacción, a la victoria,
pero solo puede hacerse de manera aproximativa. He aquí la complicación.
Mientras muchos se incorporan y participan en el juego sin éxito, otros –captando
la realidad de dicho juego- deciden eliminar el juego, las reglas, para ir
directamente al éxito. De un modo u otro, las diversas formas de tráfico
implican las estrategias señaladas. Quien trafica droga, personas, piratería no
hace sino ofrecer un éxito sin juego –de hecho el traficante mismo “trabaja”
menos que muchos otros, es solo un punto efímero, área de tránsito de la
mercancía- mientras que los consumidores están sumergidos en un juego sin
éxito, pues la dependencia, o las mismas condiciones que los llevan a entrar en
el círculo de los tráficos no hacen sino perpetuar dicha situación, aunque con
la diferencia de, por un momento, poder acceder a la experiencia de poder sobre
su limitación y finitud, es decir, acceden a lo inmediato.
“La inmediatez es la voz de la época”. Se trata de una voz que aún en
la suavidad aparente de su forma constituye una especie de imperativo, cercano
a la compulsión pues, de hecho, la inmediatez posee esa cualidad de producir
compulsividad. Una vez probado “lo inmediato”, el placer experimentado –o “no
experimentado” ya que el lapso de duración del goce parece reducirse de manera
casi exponencial- comienza a exigir su reproducción, pero en su versión
mejorada, cada vez más inmediato. Parecería contradictorio pero la inmediatez
exige su perpetuación, su reproducción indefinida, progresiva. La inmediatez es
una bomba de tiempo. Ella hace explotar el tiempo, lo saca de sus quicios
(Kant, Deleuze), e incluso hace evidente la relación entre temporalidad y
mortalidad: la destructividad reproductiva de la inmediatez vuelve cotidiana la
constatación de la finitud.
Visto desde el punto de vista de la finitud, la inmediatez es voz de
la sabiduría. Aplicable en (casi) todas las instancias de la vida, la voz de la
inmediatez mantiene su promesa enigmática para individuos desanimados o
desencantados, y a su vez, contiene cierta energía volátil, siempre lista para
estallar, para poner en movimiento los mecanismos sociales, económicos,
políticos, libidinales, productivos, etc. Así tenemos el poder de un botón que
inicia procesos industriales, de un click en internet que activa mecanismos de
economía internacional, el gozo de comprar algo nuevo, la fuerza del flirteo,
el placer de no reprimirse.
La inmediatez es una voz sabia: no sólo indica qué hacer, sino cuándo,
reduce la dificultad de los cómos enfocando en la relevancia de la realización.
No hay tiempo para la angustia y la indecisión. No hay tiempo para la muerte.
La vida es demasiado corta ¿Cuándo se volvió corta? En algunos casos se volvió
corta cuando algunos decidieron vivir de incertidumbres, en otros casos, cuando
sus certezas no dejan demasiado espacio para “largos plazos” (en el primer caso
podríamos citar los casos de los sicarios adolescentes, mientras en el segundo
a los que viven en situaciones de profunda marginación).
La inmediatez nos vuelve sabios, pues nos pone en contacto con la
“cosa”, nos vuelve experimentados, nos vuelve conscientes de nuestra
limitación. No es posible pretender absolutos.
Sin embargo, la inmediatez trae también algunos inconvenientes. Su
exigencia de reproducción y progreso continuo producen un efecto
desconcertante: agudizan la experiencia de la insatisfacción. A mayor
inmediatez, mayor incapacidad de espera, de soportar la distancia, y cuando la
inmediatez alcanza grados muy elevados, la distancia permanece. A una
satisfacción ha de seguir otra, y el problema no es sólo la distancia entre una
y otra, sino que a veces la satisfacción misma se vuelve otra cosa, ya no
satisface. En este punto radical el carácter destructivo de la inmediatez se
manifiesta como violencia, sea contra otros, sea contra el individuo
mismo.
En otros términos, la inmediatez, una forma muy característica de los
tráficos, remite a una especie de continuidad más que ruptura con el proyecto
de la modernidad: Los tráficos son la forma concreta –y fluida- del proyecto de
la modernidad en el contexto del liberalismo económico, el progreso tecnológico
y la expansión del régimen democrático. Los slogans iniciales en cierto modo
remiten al “Sapere aude!” kantiano, al cogito cartesiano y a la realización del
Espíritu absoluto hegeliano. Cada uno, a su modo, anticipa y pone las bases de
los tráficos: desde la inaccesibilidad del noumeno, la imposibilidad de definir
la res cogitans prescindiendo de la res extensa, hasta la identificación del
ser y la nada. A través de la supresión de las mediaciones, la crítica termina
destruyendo al objeto y al sujeto, y aproxima a ese juego sin éxito del éxito
sin juego.
Nuevamente, los tráficos son producto de la modernidad, y aunque uno
de sus efectos es precisamente la difusión creciente de la inmediatez, con su
consecuente aceleración de los procesos, cosa que de algún modo previó W.
Benjamin, precisamente la respuesta –no solución- al desafío de los tráficos
haya de pasar por la reconsideración de la cuestión del tiempo: responder a la
posibilidad apocalíptica con la recuperación del tiempo mesiánico, tiempo capaz
de recuperar a los (sujetos) perdidos por el paso del progreso. Es tiempo de
hacer saltar el “continuum” del flujo de los tráficos, de hacer de este
presente algo más que momento de tránsito.
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