El arte no es pasado sino que está por advenir. El
interés de Duchamp por los artistas y espectadores más que por el arte
explicita un arraigo del arte en la historia, como un proceso histórico,
social, intersubjetivo. Duchamp, lo mismo que Hegel en sus “Lecciones de estética”, se pregunta por
la producción de la obra de arte, pero su orientación hacia el advenir (o
posteridad en términos de Duchamp) no sólo replantea las preguntas, sino que
plantea un proceso creativo muy distinto del movimiento dialéctico hegeliano, y
propone una provocadora perspectiva para abordar temas que también ocuparon a
Hegel como la posición o lugar del arte en el mundo y el interés por el “lado
intelectual de las cosas” más que los aspectos físicos de la obra.
¿En qué consiste esta orientación del arte hacia el
advenir? Ciertamente no en la espera de un objeto proveniente del futuro.
Duchamp no es idealista, al contrario, parece tener una visión profundamente
histórica de la obra de arte. A diferencia de Hegel, la historicidad de la obra
de arte no es inherente a la obra misma, en el sentido de que no se trata de un
proceso de autodespliegue o producción de sí misma por sí misma. Aunque pueden
contar de algún modo, el proceso, la técnica, el artista, no son determinantes
del estatus de la obra como obra de arte, no bastan para que una obra sea obra
de arte. La peculiaridad de la historicidad en la obra de arte según Duchamp proviene
del papel que atribuye al espectador, en torno al cual se desarrolla y resuelve
cierta tensión de pasado, presente y futuro. Mientras el pasado es constituido
por el carácter de ready-made de la
obra, es decir de su partir de algo ya hecho, de advenir en algo previamente
manufacturado, el futuro nos remite a la espera del espectador, quien con su
presencia y participación en el proceso creativo da lugar al presente de la
obra de arte, a su presentación como tal. En otros términos, se trata de una
historicidad construida no sobre una abstracción temporal sino sobre la base de
la participación de sujetos en el proceso creativo. La realidad de la obra de
arte depende directamente del mundo relacional en que ésa se inscribe.
La introducción del espectador dentro de la obra de
arte representa una alteración radical en lo que podría llamarse la condición
“ontológica” de la obra de arte. No hay obra de arte sin espectador. En
consecuencia, el papel del espectador adquiere una relevancia muy peculiar, ya
que por su incorporación en el proceso creativo actúa como reactivo que da
lugar a una “transmutación” de la materia y del tiempo, abandonando el rol
pasivo de “mero espectador” y haciendo explícitos contenidos expresados a
diferentes “profundidades” de la obra, e incluso algunos no proyectados por el
artista.
De este modo, al afirmar que el arte no es pasado,
sino que está por advenir, lo que se señala es la ruptura que introduce una doble suspensión
en el acto creativo. Por una parte, el artista resulta insuficiente para crear
una obra de arte. Existe una distancia, una diferencia, una tensión entre su
proyecto, su intención y lo que logra expresar (“coeficiente de arte”), pero no
significa que la obra por sí misma exceda al artista. La obra va comprendida
dentro de un horizonte relacional en el que se sitúan sea el artista sea el
espectador. Por otra parte, la obra de arte permanece suspendida, en cierto
modo sin lugar en el tiempo y el espacio debido a que no hay obra de arte
mientras no intervenga también el espectador que, “descifrando e interpretando
las cualidades profundas de la obra haga su contribución en el proceso creativo”.
La vida de la obra de arte se mantiene a través de la intervención del
espectador, pues en la obra de arte se da esta convergencia-concentración del
tiempo y siempre a través del espectador.
El espectador funge pues como el gozne que hace
accesible la obra de arte, y a la vez, que la inserta dentro del espacio social
a través de la creación de espacios específicos para “ser espectador”: los
lugares de exposición. Este último elemento está relacionado con el de la
posteridad, que es la forma como Duchamp denominó el establecimiento
“definitivo” de una obra como obra de arte.
En efecto, los museos, las galerías, las
enciclopedias, desempeñan una doble función en torno a la obra de arte. Por una
parte son espacios para constituirse como espectadores; por otra, son los
espacios que precisamente por su capacidad de convocar espectadores se vuelven
capaces también de determinar lo que puede ser considerado obra de arte o no.
Como Duchamp lo muestra con sus ready-mades
la diferencia entre un objeto ordinario y una obra de arte va relacionada
también con el lugar en que ésta es localizada: un mingitorio es basura cuando
está tirado en la calle, y es una obra de arte cuando se halla en una galería.
En ambos casos pueden ser observados por espectadores, pero es en los lugares
de la posteridad, en el museo o en la galería, donde los objetos se vuelven
obra de arte. Sin embargo, dada la relevancia del espectador, cabe señalar el desplazamiento
de los lugares de exposición, pasando de los museos y galerías a la calle y el
internet. Dicho desplazamiento incrementa las posibilidades de perpetuación de
la obra de arte, ya que la cantidad de espectadores no sólo aumenta sino que
garantiza su reproducción y distribución.
Este desplazamiento significa una transformación
relevante. El espectador se vuelve reproductor. La facilidad de acceder a obras
de arte ready-made establece
progresivamente un vínculo entre arte y reproducción: lo que se ve en internet
o en la calle es reproducido. De este modo, la calidad de la obra de arte se
mide por su reproducción, por dar de qué hablar (por ejemplo los videos en
YouTube o fotografías con mensajes en Facebook). Como ya se mencionó antes, la
obra de arte está inserta dentro de un entramado de relaciones, lo mismo que el
espectador, lo que expone a la obra de arte a ser determinada también por la
misma lógica que guía las relaciones sociales. Cuando la originalidad se
convierte en reproductibilidad, el sujeto en búsqueda de su propia identidad se
vuelve una copia más, mientras que su poder de participar en el proceso
creativo se traduce en exaltación de lo ya producido y abundantemente
reproducido. La continuidad histórica establecida por la participación en el
proceso creativo progresivamente se ha convertido en incorporación en el
proceso de producción-reproducción, o dicho en breve, ha sido el paso de
creación a reproducción. En última instancia, parece que el reto para el papel
del espectador en la actualidad consiste en poder definir si participa del
proceso del arte o de la técnica, de modo que sea posible decir si el arte es
algo del pasado o está nuevamente por advenir…