Hay
una tremenda ausencia, se le percibe en el ambiente. La lectura de Hechos de
los Apóstoles que narra el acontecimiento de Pentecostés lo describe así: Jesús
está ausente. Interesante modo de hablar: está sin estar. Se parece al modo de
hablar de la Promesa: está sin estar… aún; y al modo como hablamos de las cosas
importantes de la vida: el amor, la libertad, la felicidad, la verdad, la
amistad, todas ellas en realidad siempre están ausentes, no se ven. Vemos
gestos, rostros, mas no son lo mismo, y no obstante, es mejor ver eso que nada,
aunque sepamos que un rostro no es el amor, a veces sólo a través de un rostro
podemos percatarnos un poco de su presencia.
En
nuestro mundo Dios está ausente, no se le ve. La soledad toca cada vez más, y
con mayor profundidad más vidas. La humanidad está ausente también… hay muchas
personas tiradas en las calles, en las recámaras, en los desiertos. Hay quien
se pregunta ¿dónde está Dios? ¿dónde está el amor? ¿dónde están los seres
humanos? Aunque pocos se atreven a preguntarse ¿dónde está tu hermano?
Las
ausencias invaden y el miedo nos vuelve ausentes, escondidos detrás de la
máscara, detrás del deseo de felicidad-con-el-mínimo-riesgo-posible, detrás del
mí mismo aparentemente imposible de romper, debajo de los buenos deseos.
Es
curioso, parece que el «Espíritu» es una forma de asumir la ausencia (no de
evadirla, ni taparla, ni suavizarla, sino de asumirla). Definitivamente a Dios
no se le ve mucho por aquí, pero sí se ven muchos rostros desconocidos y de
desconocidos. En realidad, al hablar del Espíritu, se habla de una promesa
capaz de romper toda atadura y temor, incluso la de no ser comprendidos: en
Pentecostés, todos entienden, pero para ello tuvo que romperse la paz del
encierro, de la propia tranquilidad. No es algo que se provoca, cae como del
cielo, simplemente pasa, es una gracia (las personas o situaciones que nos
tensan y “ponen a prueba” no son escogidas, sólo llegan).
Escuché
a un hombre que vendía paletas en la calle que empezó a hablar de Dios con otra
persona. ¿Se entendieron? No. Pero por un momento, ese hombre se comportó como
testigo de algo mucho más grande que él… que su medio de ganarse la vida. Se
rompió algo… él mismo. A través del Espíritu, esa “ausencia” de Dios que nos
permite hablar de él con mayor apertura (se experimenta más comodidad al hablar
del ausente) y responsabilidad (recae sobre mí lo que diga sobre él), todo ser
humano se descubre atravesado por algo que supera su autoestima, sus proyectos,
sus derechos. ¿Quién puede dar paz a otro? Nadie, excepto quien toca en carne
propia su dolor sin temor, sin amenaza de resentimiento y venganza: “la paz
esté con ustedes… y les mostró las manos y el costado”. Quien tiene el valor de
mostrar sus heridas, sin esconderse, sin amenazas ni deseos de venganza, dando
paz ¿de dónde sale? Ese ser está ausente, ¿mentira? No, ausencia… está por
aparecer. La ausencia es hacer un espacio en nuestro mundo. ¿Dios está ausente?
Es hora de hacerle un lugar en el mundo, ¿la humanidad está ausente? Hagámosle
un espacio en nuestro mundo. Lo propio del Espíritu no es el poder ni la
victoria, sino hacer lugar, espacio a otros, hacerlo juntos, por eso es amor… y
si no se le ve, es porque hay que hacerle un espacio. El Espíritu no está en el
interior, sino en el espacio que hacemos a otros… en el espacio que creamos con
otros.
Los dioses sentados en sus tronos de nubes han desaparecido... ya Dios y sus ángeles y sus santos no pueden ser vistos en las gloriosas nubes de nuestros cielos... los paradigmas han cambiado. En el espacio abierto y cerrado de nuestro universo Dios está ausente, no hay nubes dónde se pueda sentar, pero así está mejor, porque nos lleva a buscarlo donde no está: como ese lugar vacío encima del Arca de la Alianza donde su ausencia siempre estaba presente para los judíos... como en ese momento en que Gabriel anuncia la ausencia divina a María que tomará un lugar en este universo en la carne humana. Los paradigmas han cambiado pero no así la ausencia de Dios que sueña tener un lugar entre los humanos.
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