«Para no acabar haciendo el necio, prefiero no empezar haciendo el listo»
William de Baskerville («El nombre de la Rosa»)
«[…] sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo…»
Adso de Melk («El nombre de la Rosa»)

viernes, 1 de marzo de 2013

Badiou: una respuesta (no solución) al mundo en que no pasa nada (nihilismo como "normalidad")


Uno de los grandes desafíos para el mundo contemporáneo, el nihilismo, más que una constatación de índole metafísica, es el estado de la normalidad –lo cual no implica algún estado anímico en particular, sino más bien que simplemente “no pasa nada”, todo es conforme al orden, la misma libertad humana ni siquiera es puesta realmente en juego, puesto que las decisiones vitales y relevantes o en el fondo ya están definidas, o son un mero acto vacío y aislado de elección, carente de significación.
Así, la normalidad es producida y sostenida tanto por la solidez de un sistema capaz de absorber y asimilar todo, incluso la crítica, como por la molicie característica de una sociedad que, enfocada en el interés y derechos individuales, no sólo está atomizada sociopolíticamente, sino que ávida de novedad y de identidad, es seducida por el poder de la representación al grado de idealizar acríticamente la alteridad y mostrarse reacia a la confrontación y al conflicto. En efecto, “no pasa nada”, cambio de gobierno, elecciones democráticas, manifestaciones de protesta, nuevas conceptualizaciones y teorías económicas y sociales, surgimiento y caída de líderes religiosos, al final, la impresión y constatación es que no pasa nada: nada cambia realmente, los que dominaban siguen dominando, o bien, la lógica sigue siendo la misma sólo que presenta otros rostros, otras palabras, pero el dinamismo es el mismo. La totalidad y solidez de un sistema, de una lógica, de una ideología, capaz de determinar la producción, la forma y condiciones de producción y de reproducción de las verdades que constituyen una sociedad, su sentido, sus lenguajes y referentes de significación, manifiestan la imposibilidad de salir de él. De este modo, lo que establece el lenguaje, lógica y horizontes de lo posible e imposible que operan y condicionan a los elementos del sistema, a los operadores de la lógica, a los portadores de la ideología –léase “sujetos”- instituye el mundo como sistema cerrado, el mundo del ser-en-tanto-ser. La realidad determina la verdad.
Sea que se trate del Sujeto histórico hegeliano (referido al devenir de las “masas”), sea el sujeto de la subjetividad que polariza y configura el pensamiento, la política, sociedad, cultura e incluso la psicología y espiritualidad hodiernos, el sujeto ocupa un lugar central. Althusser reconoció en esto un elemento fundamental, sutil y descarado, del funcionamiento del sistema ideológico (recordando que no se trata de simples “ideas”, sino de formas concretas de relaciones de producción): constituye sujetos, es decir sub-jectum, seres sujetos, sujetados, subyugados. El sistema mismo constituye a quienes operan en el sistema, en la ideología, les ofrece los recursos y condiciones de pensamiento y acción, de producción y reproducción de verdades, de modo que la condición para «ser» es reproducir, perpetrar el sistema. Es la lógica de la identidad y de la representación (identidades objetivadas en documentos, números de registro, credenciales, nombres, sin los cuales, incluso el estatus de persona está puesto en juego, ya que puede limitar o hasta anular sus “derechos”).
En esta situación, considerar la posibilidad de una revolución, de una alternativa al sistema parece inviable, pues la impotencia del sujeto frente al mundo-sistema forma parte de su constitución como tal, de su situación misma. De nuevo, la realidad determina la verdad. O má aún, ésta es un factor de la normalidad, y por tanto se trata de verdades estériles, meras tautologías o parloteos lingüísticos, o productos y justificaciones del estado de la situación actual… “no pasa nada”. Fuera del sistema no hay nada, y por tanto no es posible tampoco salir de él.
¿Cabe, pues, hablar aún de verdades, de la verdad? ¿es posible pensar de modo diferente al sistema? ¿puede el sujeto sustraerse al sistema y a fin de ser auténtico sujeto de libertad y romper el orden del ser con ella? Es aquí donde el pensamiento de Badiou irrumpe abriendo el espacio a la excepción.
Ante tal impasse, como discípulo de Althusser, Badiou asume la situación de dominio de la ideología y del estado de normalidad para introducir, mediante su reflexión en torno al acontecimiento, la posibilidad de la excepción, de la verdad que se sustrae al sistema y con ello un sujeto distinto. A diferencia de planteamientos de índole dualista –incluso aquella lógica teológica del sobrenatural-, Badiou no recurre a la trascendencia, a lo extramundano, sino que logra dar cuenta de la aparición, dentro de la situación, de aquello que sin ser extramundano tampoco pertenece al conjunto de los elementos ya presentes en dicha situación.
La propuesta de Badiou no pretende ni desandar el camino recorrido, ni comenzar de cero, ni mucho menos hacer una simple negación o desestimación de la situación actual y el pensamiento que la sostiene. Badiou afronta directamente, responde desde la situación y sus condiciones. Su particularidad estriba en que su pensamiento no es una aplicación de conceptos o especulación cuanto un ejercicio continuo del pensamiento, una experimentación arriesgada –y para nada ingenua- que ofrece resistencia al estado de normalidad.
El acontecimiento no es anticipable ni representable, es inmanipulable, al contrario, coloca al borde del vacío. No hay modo de que el sistema se lo apropie, ni forma de causarlo o asegurarlo. La indisponibilidad del acontecimiento es precisamente el potencial –potencial “explosivo”- no presentado en la situación que, aun cuando no es parte de ella sólo puede ocurrir en ella. Dado su carácter de excepción y su presentarse en la situación, no sólo se trata de una ruptura, sino que a la vez impone una implicación ética: el decidirse en la indecibilidad de una situación, en la incertidumbre de lo que vendrá –a diferencia de una moral construida como cálculo sistemático de acciones y consecuencias.
La excepción inaugurada y establecida en la situación por el acontecimiento introduce también un sujeto excepcional. Aquél que decide ser fiel al acontecimiento asume una ruptura de sí mismo, o mejor dicho, de su “sí mismo” constituido dentro del sistema. Es una pérdida, un ponerse al borde del vacío. De este modo acontecer y sujeto quedan vinculados en un proceso de verdad, no como mera construcción lingüística, proposición o convicción individual, sino en cuanto acción en proceso, como algo que revoluciona el “mundo cerrado”. Como dice el mismo Badiou “no hay más que cuerpos y lenguajes sino verdades”, esta expresión denota el carácter de excepción de la verdad, y por tanto, también de ruptura, de potencial de resistencia al sistema total. El nuevo sujeto o sujeto genuino se constituye en su fidelidad al acontecimiento –recordando que se trata de una incierta “apuesta” difícil de sobrellevar-, y a su vez, es esa fidelidad la que posibilita reconocer al acontecimiento como tal –en cierto modo, posibilita que éste ocurra-, así ambos están involucrados en el proceso de verdad, en el camino de acceso a ella.
El pensamiento de Badiou constituye la oportunidad de que en un mundo globalizado, y de cuyo sistema de verdades –o no verdades- y normalidad parece imposible salir, pensar de otro modo, no conforme a la normalidad, sea posible. En otros téminos, que algo suceda, como ruptura del estado de normalidad. Badiou no lo asegura, ni pretende dar fórmulas para que suceda, sino que abre el espacio para que sea posible pensar la excepción, pensar y vivir desde ella; para reconocer que aún es posible la filosofía como ejercicio del pensamiento y vencer la tentación de la repetición y reducción a un pensamiento mecánico; para que haya sujetos que no sean simples operadores o seres preprogramados, no sujetos consumidores de novedad sino dispuestos a consumirse en un proceso de producción de verdad, en una relación de fidelidad.
A la pregunta de si es posible estar dentro del sistema sin estar totalmente determinados por él, afrontarlo sin volverse locos –una desarticulación que aunque libera del dominio ideológico deja sin referentes o incomunicado-, si es posible una alternativa sin recurrir a una problemática y/o fácil trascendencia, el pensamiento de Badiou es una consistente respuesta, no necesariamente afirmativa, sino como una convincente invitación-provocación a ponerse en juego en pos de la verdad, puesto que fuera de esta acción que corresponde a la situación de exigencia-resistencia de la fidelidad sólo queda la normalidad.




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