«Para no acabar haciendo el necio, prefiero no empezar haciendo el listo»
William de Baskerville («El nombre de la Rosa»)
«[…] sin embargo, imaginando órdenes falsos habéis encontrado algo…»
Adso de Melk («El nombre de la Rosa»)

viernes, 28 de junio de 2013

El arte está por advenir: Duchamp, el espectador y la obra de arte



El arte no es pasado sino que está por advenir. El interés de Duchamp por los artistas y espectadores más que por el arte explicita un arraigo del arte en la historia, como un proceso histórico, social, intersubjetivo. Duchamp, lo mismo que Hegel en sus “Lecciones de estética”, se pregunta por la producción de la obra de arte, pero su orientación hacia el advenir (o posteridad en términos de Duchamp) no sólo replantea las preguntas, sino que plantea un proceso creativo muy distinto del movimiento dialéctico hegeliano, y propone una provocadora perspectiva para abordar temas que también ocuparon a Hegel como la posición o lugar del arte en el mundo y el interés por el “lado intelectual de las cosas” más que los aspectos físicos de la obra.
¿En qué consiste esta orientación del arte hacia el advenir? Ciertamente no en la espera de un objeto proveniente del futuro. Duchamp no es idealista, al contrario, parece tener una visión profundamente histórica de la obra de arte. A diferencia de Hegel, la historicidad de la obra de arte no es inherente a la obra misma, en el sentido de que no se trata de un proceso de autodespliegue o producción de sí misma por sí misma. Aunque pueden contar de algún modo, el proceso, la técnica, el artista, no son determinantes del estatus de la obra como obra de arte, no bastan para que una obra sea obra de arte. La peculiaridad de la historicidad en la obra de arte según Duchamp proviene del papel que atribuye al espectador, en torno al cual se desarrolla y resuelve cierta tensión de pasado, presente y futuro. Mientras el pasado es constituido por el carácter de ready-made de la obra, es decir de su partir de algo ya hecho, de advenir en algo previamente manufacturado, el futuro nos remite a la espera del espectador, quien con su presencia y participación en el proceso creativo da lugar al presente de la obra de arte, a su presentación como tal. En otros términos, se trata de una historicidad construida no sobre una abstracción temporal sino sobre la base de la participación de sujetos en el proceso creativo. La realidad de la obra de arte depende directamente del mundo relacional en que ésa se inscribe.
La introducción del espectador dentro de la obra de arte representa una alteración radical en lo que podría llamarse la condición “ontológica” de la obra de arte. No hay obra de arte sin espectador. En consecuencia, el papel del espectador adquiere una relevancia muy peculiar, ya que por su incorporación en el proceso creativo actúa como reactivo que da lugar a una “transmutación” de la materia y del tiempo, abandonando el rol pasivo de “mero espectador” y haciendo explícitos contenidos expresados a diferentes “profundidades” de la obra, e incluso algunos no proyectados por el artista.
De este modo, al afirmar que el arte no es pasado, sino que está por advenir, lo que se  señala es la ruptura que introduce una doble suspensión en el acto creativo. Por una parte, el artista resulta insuficiente para crear una obra de arte. Existe una distancia, una diferencia, una tensión entre su proyecto, su intención y lo que logra expresar (“coeficiente de arte”), pero no significa que la obra por sí misma exceda al artista. La obra va comprendida dentro de un horizonte relacional en el que se sitúan sea el artista sea el espectador. Por otra parte, la obra de arte permanece suspendida, en cierto modo sin lugar en el tiempo y el espacio debido a que no hay obra de arte mientras no intervenga también el espectador que, “descifrando e interpretando las cualidades profundas de la obra haga su contribución en el proceso creativo”. La vida de la obra de arte se mantiene a través de la intervención del espectador, pues en la obra de arte se da esta convergencia-concentración del tiempo y siempre a través del espectador.
El espectador funge pues como el gozne que hace accesible la obra de arte, y a la vez, que la inserta dentro del espacio social a través de la creación de espacios específicos para “ser espectador”: los lugares de exposición. Este último elemento está relacionado con el de la posteridad, que es la forma como Duchamp denominó el establecimiento “definitivo” de una obra como obra de arte.
En efecto, los museos, las galerías, las enciclopedias, desempeñan una doble función en torno a la obra de arte. Por una parte son espacios para constituirse como espectadores; por otra, son los espacios que precisamente por su capacidad de convocar espectadores se vuelven capaces también de determinar lo que puede ser considerado obra de arte o no. Como Duchamp lo muestra con sus ready-mades la diferencia entre un objeto ordinario y una obra de arte va relacionada también con el lugar en que ésta es localizada: un mingitorio es basura cuando está tirado en la calle, y es una obra de arte cuando se halla en una galería. En ambos casos pueden ser observados por espectadores, pero es en los lugares de la posteridad, en el museo o en la galería, donde los objetos se vuelven obra de arte. Sin embargo, dada la relevancia del espectador, cabe señalar el desplazamiento de los lugares de exposición, pasando de los museos y galerías a la calle y el internet. Dicho desplazamiento incrementa las posibilidades de perpetuación de la obra de arte, ya que la cantidad de espectadores no sólo aumenta sino que garantiza su reproducción y distribución.
Este desplazamiento significa una transformación relevante. El espectador se vuelve reproductor. La facilidad de acceder a obras de arte ready-made establece progresivamente un vínculo entre arte y reproducción: lo que se ve en internet o en la calle es reproducido. De este modo, la calidad de la obra de arte se mide por su reproducción, por dar de qué hablar (por ejemplo los videos en YouTube o fotografías con mensajes en Facebook). Como ya se mencionó antes, la obra de arte está inserta dentro de un entramado de relaciones, lo mismo que el espectador, lo que expone a la obra de arte a ser determinada también por la misma lógica que guía las relaciones sociales. Cuando la originalidad se convierte en reproductibilidad, el sujeto en búsqueda de su propia identidad se vuelve una copia más, mientras que su poder de participar en el proceso creativo se traduce en exaltación de lo ya producido y abundantemente reproducido. La continuidad histórica establecida por la participación en el proceso creativo progresivamente se ha convertido en incorporación en el proceso de producción-reproducción, o dicho en breve, ha sido el paso de creación a reproducción. En última instancia, parece que el reto para el papel del espectador en la actualidad consiste en poder definir si participa del proceso del arte o de la técnica, de modo que sea posible decir si el arte es algo del pasado o está nuevamente por advenir…             

1 comentario:

  1. En la producción de una obra de arte están presentes no sólo las intenciones del autor y la apreciación/interpretación del espectador, sino un cosmos de procesos subjetivos inconscientes que tanto el autor como el primer espectador y los subsiguientes espectadores llevan en sus personas: La obra de arte es creada y observada, pero ella misma es un instrumento que excita, revuelve, sacude al creador y a los espectadores. En ese sentido la obra de arte está "viva" porque ejerce un poder "mágico" sobre las generaciones de espectadores y comunica los profundos secretos del autor y descubre los secretos más recónditos de los espectadores y este proceso se realiza en cada obra de arte, siempre y donde quiera que ésta se encuentre, incluso cuando sólo es una mera reproducción, al entrar en contacto con un espectador.

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